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Isaac Newton y la Piedra Filosofal
El Terremoto de Lisboa
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El Terremoto de Lisboa que destruyó la ciudad en 1755
Creada | 26-07-2014 |
Modificada | 22-05-2017 |
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Mayo | 3 |
Reseña del Documental El Terremoto de Lisboa de la serie Catástrofes Extraordinarias
Lisboa, 1 de Noviembre de 1755. Es el día de Todos los Santos y los habitantes de todos los países católicos celebran misa.
A las 9 y media tuvo lugar un desplazamiento en una falla a unos 250 Km de Lisboa. Se produjo un terremoto de al menos 8'5 en la escala de Richter: el terremoto más grande sufrido por Europa desde que se tienen noticias.
En el año 2004 se encontró bajo el suelo de un convento de Lisboa una fosa común con restos de más de 3.000 cuerpos.
Nadie sabe cuánta gente murió en aquél terremoto, pero la hora y el lugar eran los más adecuados para que se produjeran decenas de miles de víctimas.
En Lisboa había unas 40 parroquias, 90 conventos, y 130 oratorios. En el Día de Todos los Santos todos ellos estaban repletos con decenas de miles de lisboetas que acudían a Misa.
Miles de edificios se derrumbaron sembrando la ciudad de escombros y cadáveres. Los supervivientes, aterrorizados, intentando huir de los escombros de los edificios que seguían derrumbándose, buscaron un lugar seguro en la plaza, junto al río Tajo.
Noventa minutos después del temblor, un tsunami azota la costa arrastrando a los miles de portugueses que habían creído encontrar allí un lugar seguro. Varios días más tarde, los barcos que vienen de Brasil con sus cargamentos de plata y esclavos encuentran miles de cadáveres y muebles flotando en el océano, sin saber su origen hasta que llegaron a Lisboa.
Tras el tsunami vinieron los incendios.
En los países católicos existía la costumbre de encender velas el día de Todos los Santos en recuerdo de los difuntos. Miles de esas velas cayeron incendiando cortinas y ropas y propagándose a los muebles y las vigas de las casas.
En 1988 un feroz incendio iniciado en una habitación trasera de un almacén arrasó el corazón de Lisboa. Trescientas casas resultaron destruidas. Más de sesenta bomberos resultaron heridos en su lucha contra el incendio, y gracias a su labor solo murieron dos personas.
En 1755, doce horas después del terremoto, cientos de pequeños incendios se han extendido hasta unirse en una infernal tormenta de fuego.
La parte baja de la ciudad está rodeada por altas colinas por tres lados, formando un cuenco. Las llamas del incendio absorben aire de la única dirección posible, el río, levantando un viento que alimenta y agiganta las llamas.
Las temperaturas alcanzaron los mil grados.
El desastre aún no había terminado.
Los muros de las dos prisiones principales de Lisboa se habían derrumbado y varios centenares de criminales invadieron la ciudad, robando todo lo que pudieran encontrar y cometiendo numerosas violaciones y asesinatos.
Para recuperar el orden, el Marqués de Pombal hizo erigir numerosos patíbulos en los que se ajusticiaba de forma inmediata a todos los saqueadores.
Después emprendió una obra faraónica en la que tras el desescombro de la ciudad baja, completamente destruida, estableció unos planes urbanísticos con calles y avenidas amplias y rectas para reemplazar las callejuelas estrechas y tortuosas anteriores, propias de las ciudades medievales.
También la mentalidad de la gente tuvo que ser reconstruida.
Antes del Terremoto los cristianos de todo el mundo pensaban que las catástrofes naturales eran muestras de la Ira de Dios, provocadas por los pecados de los hombres.
Pero una catástrofe semejante, el Día de Todos los Santos, cuando decenas de miles de fieles estaban o se dirigían a Misa ¿qué podía significar?
Voltaire escribió su obra Cándido, en la que el protagonista, superviviente del cataclismo, se hace esa pregunta y llega a la conclusión de que estas catástrofes no eran un castigo divino, sino fruto de unas fuerzas naturales que aún no podíamos comprender.
En total murieron unas 30.000 personas, el 15% de la población.
Recuerdo que cuando era niño, el Día de los Difuntos, mi madre y mi abuela solían poner tazones de aceite en las que flotaban trozos de corcho con una mecha de algodón. Podéis imaginar quién se encargaba de coger los corchos de las botellas y sacar rebanadas para hacerles luego un agujero en el centro y con una aguja de ganchillo meter un trozo de algodón.
¿Existía ya esa costumbre en la Lisboa Antigua y Querida?
En lugar de velas, o además de ellas, ¿existirían en las casas lisboetas de aquella época palmatorias similares que al ser derribadas por el terremoto extendieron el incendio?
Ver Ficha de El Terremoto de Lisboa de la serie Catástrofes Extraordinarias
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